Meter el dedo en la yaga aun sabiendo que dolerá.

No sabes si es un error cuando todo acaba y te sientes vacía, más que antes a pesar de haber conseguido algo que deseabas. El dolor desaparece, cicatrizan las heridas, pero un enorme hueco en tu pecho, se abre para no volver a cerrarse en mucho tiempo. Te sientes golpeada. Herida. Como si hubieses cometido un error de tales dimensiones, que no hubiera tiempo en este mundo para olvidar. Y entonces, es cuando alguien hurga en el hueco, metiendo el dedo en la yaga aun sabiendo que dolerá.
El dolor te inunda de pies a cabeza, mientras el recuerdo deambula por tu cabeza sin que nadie le haya dado permiso para quedarse. Y todos ellos, sabiendo una vez más que dolerá, dejan el hueco del pecho cada vez más profundo, más grande, más doloroso.

Y mientras va pasando el tiempo, todo parece calmarse. El dolor, las heridas, el hueco, todo se calma. Pero entonces aparece él, y todo lo que había cesado vuelve a cobrar vida. Huyes, sin que se note. Te mueves evitando su voz, evitando que remueva los recuerdos y el pasado. Te ve y te mira, pero no dice palabra mientras sus ojos se concentran profundamente en ti. Pero en lo profundo sabes que alguien, alguno de los dos, tendrá que dar el paso, el paso que borre pasado y escriba el futuro.
Nadie lo entiende excepto yo, que abrió los ojos en busca de algo que se le agarraba al corazón, mientras la mente le engañaba con insulsas palabras que no valen nada. Y ahora, abro los ojos para darme cuenta de todo, de lo que quiero y de lo que estoy preparada para sentir.